El romanticismo apareció a finales del siglo XVIII en Alemania (Johann Wolfgang von Goethe y Friedrich Schiller) , y en Gran Bretaña Walter Scott y Lord Byron extendiéndose por toda Europa a principios del siglo XIX llegando a Francia durante la Restauración , con autores como: Madame de Staël, Chateaubriand o Lamartine. En música, Beethoven fue uno de los primeros.
Una nueva era comienza y la danza no se queda al margen: todos los artistas sueñan con un arte revolucionario que aleje los demonios del Antiguo Régimen con un nuevo aire, lírico, exótico, mágico, sensual.
Un discípulo de Noverre, Charles Didelot de paso por París en 1815, representó Flore et Zéphire en la Ópera de París, los bailarines Albert y Geneviève Gosselin flotaban sobre el escenario, estando suspendidos por hilos de acero. Fue un descubrimiento para el público que, por primera vez, contemplaba una danza aérea, etérea, Madame Gosselin ya había innovado la danza dos años antes bailando sobre la punta de los pies (en pointes), aunque anteriormente realizado por la bailarína italiana Amalia Bugnoli, pero en realidad no se sabe con certeza el invento de esta innovación técnica dentro de la danza académica.
El ballet romántico abandonó, progresivamente, los mitos de la Grecia antigua para basarse en la Mitología nórdica poblada de elfos ondinas y trolls. Es el reinado de la bailarina, pálida y etérea, encarnando la nostalgia y la melancolía, vestida con vaporosas muselinas y coronada de flores del campo. El bailarín queda en Francia reducido a su cometido de porteur (portador) poniendo de relieve la gracia a la delicadeza de su pareja.
El primer gran ballet romántico fue La Sílfide, estrenada en la Ópera de París el 12 de marzo de 1832 por Filippo Taglioni y representada por su hija Marie Taglioni. Es la apoteosis del ballet blanco, que triunfará durante treinta años. Este ballet, el ballet blanco todavía perdura en nuestros tiempos, por ejemplo con el ballet de El lago de los cisnes .
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